“The soul is dyed the color of its thoughts. Think only on those things that are in line with your principles and can bear the light of day. The content of your character is your choice. Day by day, what you do is who you become. Your integrity is your destiny - it is the light that guides your way.”
La Piedra Filosofal ¿realidad o leyenda?
Hace cuatrocientos años apareció un libro con el siguiente título en latín: Artis auriferae quatn chetniatn vocant (Del arte de hacer oro, lo que se llama química). Este título circunscribe los afanes de los químicos de siglos pasados, a quienes se llamaba alquimistas: fabricar oro.
Los alquimistas sabían que las «materias naturales», como los metales, no se pueden fabricar artificialmente. Pero, al parecer, se podían transformar. Como quiera que siempre fracasaban los experimentos, se pusieron a buscar una fuerza misteriosa, un ingrediente que promoviera una transformación del metal vulgar, convirtiéndolo en metal noble, en oro. Esta fuerza, buscada desde hace siglos y no encontrada todavía, era la piedra filosofal, llamada lápiz philosophorutn en el lenguaje especializado. Sólo con su ayuda se podría conseguir la «transmutación».
Los principios de la alquimia se remontan a la Antigüedad, y se pierden en las tinieblas de la mística y la mitología. Entre los egipcios ya fue un arte y una ciencia misteriosa. Sobre ello nos informan numerosos papiros. Hermes Trismegistos, el «tres veces grande», fue considerado como el fundador de todas las artes y ciencias. ¿Era la idea personificada de la fuerza e idéntico a Thot, la antigua divinidad egipcia? No sería extraño, pues la alquimia fue considerada como un arte sagrado y divino.
Se hicieron visibles las influencias de otros pueblos. Los astrólogos de Babilonia mezclaron la alquimia con la astrología y la magia, y las correlaciones que existieron durante siglos entre el sol, los planetas y los metales son de origen babilónico.
Durante la Edad Media la alquimia fue una curiosa mezcla de conocimientos químicos empíricos, magia, astrología y teología. Pero la idea del ennoblecimiento de los metales siempre aparecía en un primer plano. Ernst von Meyer dice al respecto: «Durante siglos existió tal convicción de que esto se podía realizar que casi todos los que dedicaron sus fuerzas a la química, además de muchos otros no profesionales, se esforzaron por conseguir este objetivo tan anhelado. El aditamento de las insensateces astrológicas y cabalísticas a los esfuerzos alquimistas permite reconocer claramente el grado de degeneración a que llegaron los no profesionales.»
Los alquimistas se habían dado cuenta de que algunos metales podían ser mezclados con otros, de forma que aparecían aleaciones, como por ejemplo la del bronce. Sin embargo, no creían en los metales elementales. En su opinión, los metales «puros» no eran más que mezclas de diversos componentes. Así pues, para fabricar oro solamente se necesitaba descubrir la mezcla correcta. Se experimentó, pues, en este sentido. Sin embargo, no se consiguió oro, sino metal vulgar de color dorado. Numerosos charlatanes se aprovecharon de este truco. Mientras tanto, los alquimistas se esforzaban por descubrir la piedra filosofal.
Los productos naturales de todas clases sirvieron como material en bruto y se elaboraron las más misteriosas recetas bajo el más estricto secreto. Los hombres de la Edad Media, en parte temerosos, en parte poseídos por la curiosidad, se fueron enterando de que para la consecución del plan era necesario realizar toda clase de misteriosas operaciones con dragones, leones rojos y verdes, cisnes blancos y otros animales selectos.
Roger Bacon (1219-1294), un franciscano inglés, se atrevió a afirmar que la piedra filosofal era capaz de transformar en oro una cantidad un millón de veces superior de metal vulgar. Arnoldus Villanovus (1235-1312), autor del Rosarius philosophorutn, una de las principales obras de la alquimia, se contentó con una cantidad cien veces superior. Ramón Llull (1235-1316), del que se decía que en vida había acordado un pacto con el diablo y que posteriormente fue canonizado por la Iglesia (fue lapidado siendo misionero entre los mahometanos), escribió en su Testatnentutn novissimutn:
«Toma un pedacito de esta exquisita medicina, tan grande como una judía. Échalo en mil onzas de mercurio y todo se transformará en un polvo rojo. De este polvo echa una onza en mil onzas de mercurio, que se transformará en polvo rojo. De este polvo, coge nuevamente una onza y échala en mil onzas de mercurio y todo se convertirá en medicina. Coge una onza de la misma y échala en mil onzas de mercurio nuevo, y todo se convertirá nuevamente en medicina. De esta última medicina echa una onza en mil onzas de mercurio y entonces se transformará en oro, que será mejor que el oro de las minas.»
La enigmática fuerza maravillosa de la piedra filosofal no conocía límites. Era considerada como medicina milagrosa que conservaba la salud y prolongaba la vida por cuatrocientos años y más ¿O es que la larga vida de los patriarcas no se debió a la circunstancia de que debieron encontrarse en posesión de esa joya? Los alquimistas árabes creyeron que el oro fabricado artificialmente, incluso en forma líquida apto para beber (aurutn potabile), tenía poderosos efectos curativos.
¿Se podía dudar, pues, del hecho di que la piedra filosofal poseía una maravillosa fuerza médica? Durante la Edaa Media, esta creencia estuvo estrechamente unida a la esperanza del auxilio divino, e incluso ciertos pasajes de la Sagradas Escrituras permitieron llega a la conclusión de que tanto Moisés como su hermana Miriam y Juan Evangelista habían sido alquimistas. Por lo tanto, todo estribaba en encontrar la oración adecuada.
La alquimia alcanzó su máximo esplendor hacia finales de la Edad Media cuando todavía se consideraba posible engendrar seres vivos con la ayuda de la piedra filosofal. Por aquel entonces la alquimia comenzó a separarse gradualmente de la química, para desplegar una vida propia que ya no tenía nada que ver con la ciencia. Sin embargo, se mantuvo durante una época extraordinariamente larga. En este mismo siglo, por ejemplo, se llevó cabo un congreso alquimista en París.
No obstante, los alquimistas no han encontrado la piedra filosofal, aunque sus esfuerzos no fueron del todo inútiles. Uno de sus descubrimientos casuales por ejemplo, fue la destilación del alcohol. La porcelana también fue descubierta por un «fabricante de oro Johann Friedrich Bóttiger, que quiso hacer oro a principios del siglo XVIII descubrió «oro blanco». Finalmente, se considera que la pólvora fue descubierta por un alquimista, el monje franciscano Berthold Schwarz, que vivió hacia el año 1430.
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